Por problemas de agenda (lo que viene siendo no tener tiempo dicho de forma elegante) he tenido que probar una nueva peluquería.
No tenía tiempo de bajar a Madrid a alguna de mis peluquerías favoritas, así que he optado por ir a una cerca de casa que, me consta es de toda la vida, pero yo aún no había probado.
Al llegar allí, casi pido permiso para entrar, porque no sería la primera vez que entro cual torbellino en una peluquería nueva y me pegan el corte de decirme que sin cita no me atienden… Mejor prevenir.
Miro a mi alrededor, leo Kerastase por todas partes y un veo un poster gigante de Inoa, así que supongo que estoy en el sitio correcto.
Una vez sentada, me preguntan cómo quiero las mechas y yo ni corta ni perezosa, leo, de mi propio blog, en el móvil los tonos de Inoa y Majirel que me pusieron la última vez.
– «Ah, es que te suelen poner dos tonos…»
– «Sí, supongo», contesto yo.
– «No. Pues te va a quedar mucho mejor un solo tono así rubito», insiste.
– «Bueno, a mi me encanta como lo llevo siempre… con-los-dos-to-nos», digo yo con cierta cara de miedo…
– «No. Hazme caso. Que te va a quedar precioso… fíate de mi.»
¿Os imagináis por un casual que llegas al quiosco y pides el Telva y el quiosquero te dice «No. Llévate e Marca que hoy está mucho más interesante?»
Pues en la peluquería, por alguna extraña razón, acabamos llevándonos siempre el marca… o lo que nos digan.
Y digo yo, que cedes porque no lo sueles tener muy claro, pero cuando lo tienes muy claro… ¿Qué tienes que hacer? ¿discutir con la persona que va a tener tu pelo, el tinte y las tijeras en sus manos durante las próximas dos horas? Pues no. Vaya miedo. Como empiece ya cabreada, la que se va a casa con un flequillo que no has pedido o el pelo frito, eres tú…
– «Bueno… vale», acabas diciendo, mientras te juras a ti misma que no vuelves a probar una peluquería que no sea la tuya… y rezas todo lo que te sabes. Y ya no hay remedio.
A continuación viene otro de los momentos estrella: el papel de plata.
La peluquera y alguien que la ayuda (generalmente con cara de no-me-gus-ta-ha-cer-esto) comienzan a ponerte papel de plata por toda la cabeza mientras separan el pelo a toda velocidad con la punta de un peine, mientras tú rezas (otra vez) para que no te saquen un ojo.
Si hay una ventana cerca cruzas los dedos para que no pase por allí nadie conocido y te vea con esas pintas. (Si esto te ha pasado alguna vez como a mi, seguramente habrás desterrado todas las peluquerías con vistas a la calle… ).
Después llegan los momentos de inseguridad. Porque sí, la peluquería es una cuna de inseguridades, os lo digo yo.
Tú, con tu cabeza llena de papel de plata, ves que las peluqueras se van con otros clientes y desaparecen de tu campo de visión.
Al rato, empiezas a pensar… «ay, se acordará de mi?«, «a ver si salgo de aquí con el pelo blanco o calva porque se les olvida quitarme esto...».
Pasa una, te mira, abre un papel de plata y no dice nada. Tú suspiras. «Ay, ¿Por qué no dice nada? ¿Ha visto algo que no le gusta?«. Sudores fríos…
Finalmente te pasan al lavabo y te quitan el kilo de papel de aluminio que llevas en la cabeza… Y mejor no te mires al espejo porque te puedes llevar algún que otro susto.
– ¿Con qué champú te lavo?
Y entonces una que es beauty blogger hasta en los peores momentos, empieza a repasar mentalmente los tipos de champú que existen, pero, no se me ocurre ninguno…
– «Con el normal», dices tímidamente.
Porque a ver. Imagínate que llevas el coche al taller y te preguntan qué tipo de correa de la distribución te ponen… «Oiga ¿y yo qué sé? La normal…» . Pues aquí es lo mismo.
En ese momento, es cuando sabes si estás en una buena peluquería o no.
Pueden pasar dos cosas: que comiencen a lavarte el pelo con unos masajes que te hagan perdonarle la espera, lo de los dos tonos y todo lo demás porque te relajas tanto que te quedarías dormida, o que, por el contrario, comience a frotarte enérgicamente la cabeza y a meterte unos meneos, que si fuera otra persona y no estuvieras en la pelu, casi le dabas un guantazo…
Y entonces, solo entonces, llega lo peor. Llega «LA» pregunta…
– ¿Te vas a cortar algo?, dice la peluquera.
-«Ay, madre…» piensas… «Sí, quería cortarme las puntas«.
Ya no hay remedio. Lo has dicho. No hay vuelta atrás.
Y entonces volvemos al quiosquero que te quiere vender el Marca…
– «¿Desfiladito y con un poco de forma por delante?«, dice ella.
– «No«, dices tú (callando por educación un «ni de coña»). «Solo las puntas.»
Porque en esto, casi todas las mujeres tenemos experiencia y sabemos que excepto en tu peluquería de confianza, no puedes pronunciar las palabras «capas», «desfilar», «forma», «flequillo», ni «media melena»…
En ese momento, empiezas a recordar a Eduardo Manostijeras y ves cómo se viene arriba contándote la boda de Rociíto que acaba de leer en Lecturas y parece que las tijeras van solas…
Te apetece preguntarle si no está cortando más de la cuenta… pero ¿qué te va a decir? ¿que sí?… Ya no te quedan oraciones pero rezas todo lo que te sabes mientras ella sigue con Rocíito y su boda… «Ay…» piensas… «que sea lo que Dios quiera»…
Aún no sabes cómo te ha quedado cuando te preguntan «¿Cómo te peino?» y tú, con los sofocos que llevas en el cuerpo, le dices «Como quieras» y piensas «si ya total…lo de menos es el peinado».
En ese momento comienzan unos eternos 10 minutos en los que observas cómo estiran, rizan y dejan caer unos tirabuzones sobre tus hombros que… en fin, no nos engañemos, todas sabemos que es un truco para que no veas cuánto te han cortado el pelo de más…
Pero tu solo quieres salir de allí, llegar a casa y verte en tu espejo de toda la vida.
Al entrar en casa, te pones una coleta alta y te vas al baño corriendo. Tienes el pelo cortado a capas, más rubio de lo que querías y desfilado… ay, des-fi-la-do.
Prometes una y mil veces que no vuelves a ir a otra peluquería que no sea la tuya… y haces muy, pero que muy bien.
Nota: Este post está escrito en tono de humor. Por supuesto que aunque en algunas ocasiones pueden pasar estas cosas, los peluqueros son gente maravillosa y en la mayoría de los casos sales de los salones de peluquería mejor de lo que entraste 😉
Fotos: Shutterstock perros y chica.