De mayor quiero ser como ella… bueno, de mayor o ahora mismo, que tampoco me saca tantos años…
La imagino tumbada en una hamaca entre dos árboles descansando despúes de comer con la última novela de moda caída sobre el pecho…
Sí, sí, yo quiero ser así.
Quiero llegar a la playa con esa elegancia y tranquilidad y, sobre todo, con esa cesta de mimbre en la que asoman un libro, una toalla y un bote de crema de Clinique.
Quiero llegar a la playa con pantalón de lino blanco, un sombrero borsalino y una camiseta tan elegante que cualquier otra persona se la pondría para salir a cenar…
Quiero llegar con calma, con mucha calma, y extender la toalla despacito, sentarme y respirar hondo. Un par de paseos a la orilla del mar, obteniendo todos los beneficios que da el mar y minutos después, vuelta a la toalla a leer un rato.
Yo la miro. La miro con envidia.
Envidio su calma, su tranquilidad y, sobre todo, su tiempo. Hay que tener tiempo para llevar prendas de lino blanco, siempre lo he pensado. Envidio la idea de sentarme a leer una novela frente a la brisa del mar, de pasear, de pasear despacio por la orilla…
Miro a mi alrededor. La situación no puede ser más distinta.
Hace un momento llegaba a la playa con los niños y una bolsa gigante repleta de botes de cremas, juguetes y una bolsa de ganchitos para cuando el hambre apremie.
Miro al mayor entre las rocas intentando pescar un cangrejo, y ante la imposibilidad de capturarlo viene corriendo a pedir ayuda a mamá.
Miro a la pequeñina salpicando de arena todas las toallas del vecindario,y me acerco a explicarle que eso, no se puede hacer.
Al volver a mi sitio, veo que el mayor ha pisado y llenado de arena las toallas y me apresuro a quitarla antes de que se tumben y se rebocen en ella. Me piden que corramos hacia la orilla que hoy está lejos porque hay marea baja y una vez allí saltemos todas y cada una de las olas que allí rompen.
Cuando cree que no miro, el mayor empuja a la pequeñina y esta rompe a llorar porque le ha entrado un minúsculo e imperceptible grano de arena en el ojo. Volvemos hacia nuestra toalla.
Estoy agotada pero toca hacer los castillos de arena que les prometí ayer si se acababan la cena, así que tengo que cumplir mi promesa.
El que no sepa lo incómodo y agotador que es hacer castillos de arena con niños tan pequeños, es que no lo ha probado.
La mamá o el papá acaban ejecutando la obra mientras los niños, cual arquitecto o jefe de obra, les va indicando lo que hacer. Y «lo que hacer» puede ser una almena más, o un busto de Dora Exploradora en el centro del castillo… y, ni que decir tiene, que cuando descubren tu ineptitud como escultora, lloran, se enfadan y se enrabietan… es entonces cuando decides no volver jamás a ayudarles en temas inmobiliarios.
Se acerca la hora de comer, así que decides levantar el campamento y parece que llevas más cosas de las que traías. Cambias bañadores, quitas arena, recoges cubos, palas y moldes con forma de cangrejo…
A la salida, miro de reojo a la mujer del sombrero borsalino que sigue absorta en su novela y sueño con ser ella por un día… pero sólo por un día, porque imagino que sino, acabaría echando de menos mis ajetreadas jornadas de playa con mis pequeñas fieras,…