¡¡¡Socorroooo!!! es la expresión que repito a diario cada vez que recuerdo que los colegios acaban esta semana.
No puede ser. No me ha dado tiempo a asimilarlo.
Lo normal es que el final del curso venga precedido por días de calor, mañanas con 30 grados, piscinas abiertas y toda la ropa de verano expuesta en el armario como única opción.
Pero no. Este año me ha pillado, con toda la ropa descolocada, porque me diréis vosotras, con este baile de temperaturas primaverales que hemos tenido, quién no ha guardado las chaquetas, las ha vuelto a sacar, y ha acabado rindiéndose mientras repetía el famoso «por si las moscas»…
Pues sí. Acaban los colegios y la semana que viene la disciplina, que mis hijos parecen asumir perfectamente en el centro escolar pero que vuela por los aires en cuanto traspasan la puerta cada tarde, se queda precisamente allí, en el cole. A casa no llega ni una gota.
La hiperactividad (que en las últimas semanas es inversamente proporcional a la de su madre), las rabieta y peleas entre hermanos, la necesidad constante de hacer cosas distintas cada minuto, los tirones del brazo de mamá para despegarme del ordenador y que vaya a ver esa hormiguita que se ha subido a una silla y que es, para la pequeñina de la casa, el mayor espectáculo del mundo, la creencia de que gritar «mamáááá…» en cualquier momento es la solución a todos sus problemas y los madrugones innecesarios…todo ello, se viene a casita la semana que viene.
Así que con el cambio de estación, que de por sí conlleva cambios obligados en el néceser y en las rutinas de una servidora, tendré que esforzarme por buscar productos rápidos, eficaces y muy, pero que muy prácticos… porque si antes no tenía tiempo, ahora no os quiero ni contar.
Pero además de productos prácticos y que requieran menos de 30 segundos en su aplicación, necesito una especie de botiquín que me ayude a aliviar los excesos provocados por ser madre, autónoma, asistenta, institutriz, profesora, psicóloga, enfermera y animadora infantil a jornada completa.
Ayer, cuando me iba a dormir, no sé si por ir mentalizándome o porque también fue un día agotador, coloqué junto a la cama todos los aceites esenciales de Puressentiels, de los que ya os he hablado en más de una ocasión.
Y empecé a aplicarme el aceite drenante en las piernas, porque con estos calores, la retención de líquidos es un acompañante fiel…
El de lavanda lo utilicé para darme un masajito en los pies, agotados después de un día de no parar subida a los tacones y, ya puestos, me puse en la cara el de rosa de mosqueta.
Como últimamente me cuesta mucho respirar (uno de estos meses sacaré tiempo para ir al médico, que me espera desde febrero…), siempre tengo en la mesilla de noche un spray también de esta marca, con eucalipto que aplicas sobre la almohada (bueno sobre un pañuelo que colocas sobre la almohada) y despeja que es una maravilla.
Así que embadurnadita de aceite (que por suerte todos se absorben estupendamente y no manchan), y pensando en la que me viene encima la semana que viene me dormí.
Y soñé. Soñé con playas, con silencio, con siestas… hasta que el grito que todo lo puede me hizo saltar de un brinco de la cama a primerísima hora la mañana: «Mamááááááá!!!».
Mejor, me voy acostumbrando. No me queda otra.