No es justo. Hala, ya lo he dicho.
No me gusta empezar el día quejándome pero es que, de verdad, no es justo.
Veréis, tengo la inmensa desgracia de cruzarme a menudo con Paula Echevarría por las mañanas.
Además de ser vecinas de blog, nos vemos a menudo por otros vecindarios.
Esta mañana el destino ha querido que coincidiéramos en un stop y que me pudiera fijar en ella con más detenimiento del habitual… y creedme, no es justo.
Allí no había ni photoshop, ni creo que su coche llevara incorporados focos de esos que favorecen tantísimo… y es que no se puede ser más guapa.

Como imaginareis, como beauty blogger que soy, me he pasado el resto del camino tratando de adivinar el porqué…
A ver, no lo entiendo. Las dos somos asturianas y además de la misma quinta.
Las dos tenemos una niña de la misma edad (se llevan tan poquito que respiré aliviada cuando ella dió a luz y comprobé que no me había copiado el nombre… que ya sabéis que en cuanto una celebrity pone un nombre a una niña, se convierte casi en una plaga en parques y colegios…)
Las dos nos inflamos cual globos de helio en el embarazo. También es verdad que a mi no me ayudó que en mi caso fuera el segundo y sobretodo, no tener ese personal trainer que la acompañaba mientras caminaba y se ponía estupenda…
Las dos tenemos un marido guapísimo, y creo que esto debe ser lo único en lo que no me gana. El mío no canta ni en la ducha, pero es más guapo que Bustamante, eso también es verdad.
Las dos tenemos un blog y hemos compartido nuestros posts en la revista ELLE, cosa que (para que engañarnos) tampoco era muy motivadora, porque mientras Paula decía «Hola» y recibía inmediatamente 300 comentarios, una servidora se curraba un post durante tres horas para obtener apenas una treintena…
-«Entonces ¿donde está el truco?» – me llevo repitiendo toda la mañana…

Son las nueve de la mañana, y ya tan perfecta, con esa coleta tirante, perfectamente maquillada, hasta la elegancia con la que sujetaba el volante era ideal…
Al otro lado yo. Con la cara lavada y unas ojeras solo camufladas por las patas de gallo que cada vez se me ven más.
Mi coleta no es tirante, solo una de esas que te haces para quitarte el pelo de la cara mientras te bebes el café de pie en la cocina, y luego se te olvida y te dejas todo el día.
Y mis manos no descansaban elegantes sobre el volante sino que intentaban aprovechar el stop para meter la agenda del niño en su mochila, y sacar el pokemon que metió esta mañana pensando que no le veía…
Seguramente no hay truco.
Seguramente esta niña es una monada y punto.
Aunque nos duela.
Aunque nos duela mirarnos en el espejo después de verla a ella.
¿No creéis?