Desde que salieron los primeros rayos de sol, el verano no ha hecho más que mostrarnos los maravillosos planes, viajes, postureos y hasta perfectas pedicuras junto a las olas del mar en las redes sociales.
Todo es maravilloso. Todo es perfecto. Parece que tú eres la única que no estás llevando a tus hijos a dar la vuelta al mundo, a navegar entre delfines o a vivir aventuras trepidantes que harán de este verano, el más inolvidable de la historia.
Tú eres la única que no luces esa perfecta manicura, que no das saltos desde un barco, o que no tienes frente a ti una piscina de agua infinita o un desayuno con productos orgánicos en una terraza soleada que parece sacada de Pinterest.
¿Qué estoy haciendo con mi vida? – te preguntas, de la misma forma que lo hacías este invierno cuando veías Madrileños por el mundo, (o Españoles por el mundo, o Callejeros… que al final son el mismo perro con distinto collar…).
Dicen que las redes sociales están generando unos niveles de frustración elevadísimos y hasta se habla de algún síndrome depresivo relacionado con ello. Y no me extraña.
Un simple viaje en autobús, pero no en un autobús turístico por Londres, sino uno de la EMT que te lleve a algún destino cotidiano, puede parecer el planazo del siglo si combinas adecuadamente los filtros de Instagram con un selfie con cara de «nunca-me-lo-he-pasado-tan-bien«.
Pero hoy, como punto final a un mes de agosto que en mi caso NO ha sido maravilloso, me gustaría reivindicar que no todo tiene que serlo, y que además, no pasa nada.
Vivimos en un mundo que gira muy rápido y en el que no se profundiza en nada. Nos estamos acostumbrando a ver la vida a través de la cámara de un smartphone, porque si no hacemos foto, si no lo contamos, parece que no está pasando.
Pues sí. Puedes vivir y además muy bien, sin contarlo.
De la misma manera que llevo años reivindicando que no se repita una foto de cumpleaños y no se someta a los niños a la tortura de una sesión fotográfica solo para tener un recuerdo perfecto, reivindico que se viva, y se mantengan esos momentos en nuestra retina, en nuestra memoria, y lo disfrutemos. Y sí. Reivindico el derecho a no ser siempre feliz.
En mi caso, ha sido un verano raro. Algunas habréis notado que por primera vez desde 2009 ha habido días en los que no he publicado en este blog.
El mes de julio arrancó con mucho trabajo pero también me permitió momentos únicos, irrepetibles, de esos que uno no puede fotografiar pero que te inundan de felicidad. Amigas a las que hacía tiempo que no veía, amigas de la infancia, tardes de risas y conversaciones… y mucha felicidad. Familia. Tardes de paseo, de meriendas, de jugar en el parque, de esas tan especiales que ni siquiera merecen una foto en Instagram.
Agosto vino un poquito torcido desde el primer día. Hospitales, médicos, teléfonos rotos y viajes cancelados… así me recibían los primeros días del mes. Empezábamos mal.
Pero hubo que tomar las riendas y buscar el lado bueno al asunto. Quedarse en agosto en Madrid también ha tenido muchas ventajas, y he aprovechado para ver a amigos, a comer, a cenar, saborear la ciudad vacía, y a disfrutar de lo más importante del mundo, de mis niños.
No me asusta reconocer que a veces me he sentido culpable. A veces tienes la sensación de estar perdiendo el tiempo, de ser la única que no está haciendo algo maravilloso, y la que os escribe, acostumbrada a exprimir al máximo cada minuto del día, no lo lleva bien.
Pero creo que también hay que saber aburrirse, hay que saber buscar la diversión en las situaciones cotidianas y que una simple tarde de piscina se convierta en el mejor de los planes.
No hemos hecho deberes, no hemos aprendido un idioma nuevo, solo hemos jugado, paseado, trabajado, ordenado la habitación, ido a la compra, dormido siestas, ido al cine, visto la tele, jugado a la play, cocinado, y todo ello ha sido maravilloso.
Podría decir que los mejores momentos de este verano son los que no se pueden contar. Los que se han vivido y los que a nadie le parecerían especiales. Pero lo han sido.
Porque descansar y no hacer nada a veces puede ser el mejor de lo planes. Aunque no lo puedas compartir en Instagram o en Facebook. Que tampoco pasa nada.