Suena el despertador. 5:30 de la mañana. No me lo creo. Llegó el 23 de abril. Por fin.
Siempre imaginé que llegaría a este día mejor preparada, habiendo perdido más peso y con un plan milimétrico que incluyera paso a paso todo lo que tenía que hacer, incluido el desayuno y el «ritual» pre-carrera… pero no. Una vez más, Susana volvía a improvisar.
La tarde anterior (mientras cualquier corredor descansaba con los pies en alto) yo había sido prácticamente «secuestrada» por unas amigas para celebrar un cumpleaños, con una tentadora tortilla de patata y un poco de guacamole (al que fui capaz de resistirme) hasta las 21h, por lo que, consciente de que lo más importante era dormir, tuve poco tiempo para otros preparativos.
La llegada a Cibeles fue rara. Esta no era una carrera más y además, convencida de que abandonaría antes de la mitad y de que mi ritmo sería más que lento, había decidido correrla completamente sola.
Estaba mucho más nerviosa de lo habitual. Me enfrentaba a la que podía ser mi primera media maratón, y ello implicaba muchas novedades que en las carreras de 10k habitualmente no contemplaba siquiera.
Necesitaba dosificar más las fuerzas, tendría que calcular el agua, tomar geles, y soportar el calor. Hasta me había preocupado de qué día tenía que cortarme las uñas, de visitar al fisio, o de llevar gafas de sol… En una de 10k los errores se pueden más o menos subsanar y, en esas distancias, ni tan siquiera tomo por ejemplo, bebidas isontónicas al terminar, me basta con agua.
Me preocupa cómo va a reaccionar mi cuerpo y me entran las dudas de cualquier principiante ¿tendré ganas de ir al baño? ¿me dará uno de mis famosos bajones de tensión? ¿me sentarán bien los geles?… Había hecho un pequeño ensayo general en la carrera de Metlife de 15km y en una inesperada tirada larga de 17 km en Asturias… pero no era lo mismo.
21 kms implicaban pensar mucho más las cosas, planear mínimamente una estrategia e implicaba ser más fuerte, incluso mentalmente.
Paso por la puerta del Ayuntamiento a saludar a los Drinking Runners, con cuya camiseta he decidido correr esta carrera tan especial. Aunque ya os he hablado de ellos, imagino que sabiendo que soy una persona que no prueba jamás la cerveza os despistará el nombre. Corro con su camiseta por lo que lleva escrito en la espalda «KmsxAlimentos«. Por cada km recorrido donaré un kg de comida al Banco de Alimentos.
Calmados un poco los nervios me dirijo al cajón 6 y, al ir sola, y me permito serpentear un poco hacia delante… me doy cuenta de que empiezo con 19% de batería en el móvil. Otra novedad, toca correr casi toda la carrera sin música.
Comenzamos poco a poco a caminar y después a correr. Por primera vez no suena Bruce Springsteen en mi móvil sino la banda sonora de Flash Dance, lo que me recuerda que además de que estoy muy mayor, los sueños se pueden hacer realidad.
Empiezo sin un objetivo de kms. Estaba tan convencida de que no pasaría del km 14 que incluso le digo a mi familia que no hace falta que vayan a verme.
Corro con una sola cosa en mente: si la cabeza dice «no», tengo que ser capaz de vencerla, pero si las piernas dicen «no», me retiraré sin forzar lo más mínimo.
Ni tengo necesidad de terminar una media maratón tan solo 7 meses después de mi primer 5k, ni las circunstancias me han dejado prepararme lo suficiente.
Me tatuo en la cabeza la frase de un buen amigo casi tan indulgente conmigo, como lo soy yo misma: «intenta que los 10 primeros kms no te pesen… y luego, lo que salga». Así que comienzo a correr pero muy por debajo de mi velocidad habitual.
Me pesa el calor pero consigo dejar la mente casi en blanco. Me concentro en ver los mensajes que llevan algunos corredores en la espalda. Algunos son muy emotivos, tanto que estoy a punto de dejar que la empatía me invada y hacer el ridículo soltando una lágrima, pero logro controlarla (además necesito cada gota de hidratación en mi cuerpo).
Tal y como suelo hacer cuando viajo en metro, me imagino las historias que hay detrás de cada uno. Un chico corre con una camiseta que dice «Va por ti papá«, otro grupo de amigas lucen camisetas rosas y una de ellas un pañuelo en la cabeza, por lo que resulta fácil imaginar a quien le regalan hoy toda su energía, clubs de corredores, parejas en las que uno de ellos se enfrenta s u primera carrera de esta distancia, personas mayores que corren juntas, y muchos extranjeros a los que animan en los laterales con banderas de su país…
Así, distraída, llego al kilómetro 12 casi sin enterarme.
En el 13 empiezan a flaquear las fuerzas pero los gritos de ánimo de la gente consiguen llevarte casi volando. Una chica grita desde uno de los laterales «Venga Susana. ¿Ves como eras capaz?». No la conozco pero me da la sensación de que ella a mi sí. Y me da alas.
Varias personas gritan mi nombre (imagino que leyéndolo en el dorsal) y me doy cuenta de lo importante que es animar a los que corren. Otros hacen referencia a mi camiseta y dicen cosas del tipo «venga, esa drinkingrunner»… Madres con niños que aplauden y te dicen que has hecho lo más difícil,… buff… qué subidón.
A partir de aquí comienzo a ver a varios corredores que tienen que parar con dolores, que se aplican cremas, o que directamente se retiran. En contra de todo lo esperado, yo no tengo ni una molestia.
Sigo sin plantearme abandonar pero sin fijarme ninguna obligación de hacerlo.
A partir del km 16 dejo de disfrutar y empiezo, poco a poco, a cansarme y a sufrir un poco. Hace mucho calor, y noto cansancio. No tengo molestias, no tengo la cabeza en modo «no puedo», pero estoy cansada. Empiezo a notar que no solo no perdí el peso que entraba en mis planes antes de la carrera, sino que las torrijas, la semana santa, el viaje a Asturias, y haber corrido menos, me está pasando factura.
En el km 18, la famosa cuesta de Alfonso XII, creo morir e incluso paro a caminar unos metros para recuperar el aliento, y el 19 se hace eterno. Tan eterno que le pregunto a varios corredores si no estamos ya en el 20.
De repente escucho un grito de «Vamos Susanaaaa….» y veo la cara de un amigo… Madre mía, me vuelve a dar fuerzas para seguir… En el último km veo que no puedo más… pero aquí ya no puedo abandonar.
Delante de mi me encuentro con un corredor indio que se tiene que parar con un tirón muy serio a pocos metros de la meta. Madre mía… me muero de pena, pero está siendo atendido por alguien con chaleco rojo (a esas alturas ni tan siquiera puedo fijarme bien) y sigo mi camino.
Atravieso la meta. Noto una sensación especial pero no soy aún consciente de haberlo logrado. Tengo cansancio y los gemelos cargados (más de lo normal al haber ido tan despacio).
Busco desesperadamente mi primera medalla de finisher, que con los nervios, soy capaz de irme sin ella… Nunca pensé que me hiciera tanta ilusión… casi le planto dos besos al voluntario que me la puso, pero el pobre señor se iba a asustar. Así que le doy las gracias y sigo.
Busco caras conocidas por allí pero muchos de mis amigos corrían la maratón y los que corrían la media han llegado hace tanto tiempo, que no veo a nadie. Se me hace raro. Me paro a estirar con otra chica que también estaba sola y charlamos un rato. El móvil no tiene apenas batería y no sé si aguantará una sola llamada. Así que envío whatsapps a la gente más importante y empiezo a ser consciente de que lo he logrado.
Intento salir del Retiro desorientada y sin poder mover las piernas apenas. Ahora sí que duelen.
Me quedo un poco a animar en Cibeles a los corredores del Maratón y me río cuando me enfrento a las escaleras que bajan al metro, imaginando cómo voy a poder hacerlo…
Una vez sentada en un banco junto al andén, me doy cuenta, por primera vez de que LO HE LOGRADO. La he terminado. Mi primera Media Maratón… 21 kilómetros…
Mi primera media maratón me ha enseñado muchas cosas. Muchas cosas sobre mi, que ni yo misma sabía.
He cometido muchos errores y he dejado que, durante los meses y sobre todo, semanas anteriores, el miedo me supere. Me he dado cuenta de que una vez que me quité algunas presiones, las cosas salieron mejor… y de que soy más capaz de hacer más cosas de las que creo.
He aprendido lo importante que es quien anima. Quien te dice una palabra o grita tu nombre cuando no puedes más.
Estoy orgullosa. Orgullosa, no solo de haber terminado una media maratón, sino de haber sido capaz de vencer mis miedos y de haber tenido cabeza suficiente como para haberme planteado abandonar si se hubiera dado el caso.
Orgullosa de ver que soy más fuerte de lo que creo. De haberme enfrentado a los miedos, a los nervios y al cansancio. Orgullosa de haber luchado contra mí misma. De haberme superado.
Pero mucho más orgullosa de haber sido capaz de levantarme temprano cada día durante meses para ponerme las zapatillas, de haber «arañado» unos minutos a la agenda, aún estando de viaje, para salir a correr a horas intempestivas. De haber sacado fuerzas cuando llovía, hacía frío o no me apetecía. Orgullosa de salir cuando mi cabeza no estaba para ello. Orgullosa de haber seguido corriendo cuando nadie entendía por qué tenía necesidad de hacerlo. Orgullosa de haber seguido y orgullosa de seguir teniendo ganas de llegar mejor preparada a la siguiente carrera o de seguir emocionándome cada vez que me inscribo a una nueva.
Soy consciente de que esta media maratón ha llegado mucho antes de lo esperado. Y por eso estoy tan orgullosa (o más) de los meses que me han llevado a situarme en esa linea de salida, como de haber atravesado la linea de meta.
Sigo siendo principiante, sigo teniendo mucho que aprender, pero lo importante es que sigo teniendo muchas ganas. Y eso, para mi, es lo más importante.